12/1/15

Un nuevo renacer

Agotado... cansado, exhausto. Como un niño tras un parto, en su primer día en este mundo. Casi 6 meses ya, ¿o son 7? desde la última vez que escribí unas líneas.

He sido incapaz de escribir desde entonces, seguramente porque ya no podía más. Demasiadas cosas que poner en orden. Demasiadas cosas en mi mente, y desde luego en mi corazón -valga la metáfora. Dos extremos, que casi dejo que me desgarren, luchando por alcanzar un sueño que al final resultó ser justo eso: sólo sueño.

Te entrego todo siempre que sea el centro de tu mundo.

                                                Eres el centro de mi mundo, quiero ser el centro del tuyo, pero no te lo                                                   entregaré todo. 

Demasiado tiempo viviendo en una coraza; tanto, que llegó el momento en que apenas sabía diferenciarla de un ataúd. Quité las piezas que pude, y mis viejas heridas, cicatrizadas sobre el metal volvieron a sangrar. Tuve miedo, pero seguí abriéndome. Volví a sangrar, volvieron a perseguirme viejos dolores, viejos fantasmas. Creí. Me esforcé por creer. Quise que creyeras. Quise que creyéramos. Pero querer no siempre es poder. Al menos no esta vez. 

Volví a envolverme en mi vieja capa gris... ahora roja. Sangran mis heridas. No volverán a cerrarse fácilmente. Pero esta vez las aceptaré. Aceptaré que me duele. No. Ya lo acepto, lo digo en alto, lo confieso: me duelen tus heridas. 

Voy a renacer. De nuevo. Otra vez. Porque es lo único que se hacer. Caerme, herirme, enfadarme, gritar, levantarme, aprender ¿aprender? sí, con suerte aprender. Y seguir. Seguir adelante. Pero esta vez no huiré. No será una huida adelante. No saltaré a la siguiente rama, no me engancharé la siguiente cabo para evitar caer.

Ya he caído. Lo admito. He tocado fondo. No me has creído. No me has querido. No has sabido verme. Ni mostrarte. Has huido. De nuevo, hacia delante. Y yo no te he seguido. 

Estoy cansado de huir. Y por primera vez desde hace años estoy dispuesto a sufrir. A aceptarlo: el dolor, la rabia, la tristeza, la ira, la frustración... en pocas palabras, a aceptarme. Tan imperfecto como soy. 

Tan tenaz, tan intransigente, tan soñador, tan iluso, tan risueño y tan crudo a la vez. Tan infantil, tan inocente y retorcido a la vez. Pero también incansable, perseverante, audaz, atrevido, leal, fiel, honesto -aunque no se bien si esto es siempre una cualidad- irascible y empático a la vez. 

Me duele. Me gustaría llorar, pero no se. Ya no. Olvidé hace tiempo como se llora. Maté a aquel crío llorón por pura supervivencia. 

Hoy me gustaría llorar. Dicen que las lágrimas arrastran las penas del alma. Hoy me gustaría llorar. Y me gustaría que fuera sólo el "alma" lo que me duele. Lo cierto es que no se llorar, y no se lo que es el alma. Pero no es lo que me duele. 

Me siento como uno de los primeros hombres que jamás salió de la famosa Caverna de Platón. Y llegados a este punto, sólo se una cosa, y es que quiero seguir adelante. Sin armadura. Lidiaré con la rabia y con las heridas. Aprenderé a sobrellevarlas hasta que se conviertan en medallas, en homenajes.

Tenlo claro, hoy empiezo a ver. Aunque me duelan los ojos. Aunque cierre los ojos. Aunque a veces me arda la vista, la mente y el corazón, aunque me hierva la sangre. 

Aunque intentes ocultarlo, aunque no dejes de susurrarme al oído que las ilusiones que me has presentado hasta ahora eran verdad, hoy empiezo a ver a través de ti. 

Y seguiré haciéndolo. 


... y al empezar a ver, descubrí a mi lado otro par de ojos. Que también ven. Que también me ven. Que siempre me han visto. Tal como soy, a pesar de mi mismo. Y que a pesar de verme, han seguido ahí. Y ahí siguen. Gracias.




No os preocupéis. No va dedicado a nadie más. Sólo a la imagen que me devuelve el espejo cada mañana. 



Estoy cansado de parecer fuerte. Hoy aprenderé a ser débil, para llegar a ser fuerte. 


Me lo dedico. Me lo debo.